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del amor aquél
entre los brezos
yo mismo
donde acudo a rezar
para encontrar lo mejor de mí

no hubo versos
hasta que no empecé a perderte
y hube de volver a mi soledad de las montañas
cuando te convertiste en ausencia
humo que escapaba hacia otros fuegos

no hubo poesía
hasta que no llegó la muerte
y la ventisca golpeó contra tu rostro exánime
contra las costras de hielo
excrescentes sobre los arbustos y las ramas
de los pinos

y no podía hacer otra cosa
que abrir mi piel
rumores escabrosos entre
las porosas rocas
abrirlos para encontrar en la oscuridad
la masa aterciopelada
la suave duna
el incienso que atravesaba la noche

y era necesario apagar la luz
para que el viento llegara más profundo
junto al borde del agua
hasta la húmeda certidumbre
que había comenzado a despertar
envolviendo el páncreas, las vísceras
el pecho