Si el cuerpo se te llena de tristeza
y a tus ojos llega una humedad
de otoño perdida en la vastedad de tu aislamiento,
su equívoca presencia...
acaso sólo estés buscando a un dios
en la fascinación de la espera.

Mas cierro los ojos
y no veo otros cosa
que el puro estremecimiento de su presencia
esta laxitud que se desprende de la oscura tarde
donde el tamborileo de la lluvia,
tan monótono,
habla de la desazón
y la persistente presencia,
siempre la misma,
tarde de invierno
como aguijón sobre la carne
hondo extrañamiento entre las sombras,
tenaces, adiposas
donde mi ánimo chapotea
buscado reposo.

Cuándo será el día,
la sustancia que cubrirá mi cuerpo
su claudicación,
la lluvia y la hierba arriba
mientras mis huesos se van pudriendo
y la lluvia y su quebradizo gorgoteo intemporal,
como suspiros que trajera el viento
oscuridad ahondada por el ladrido de perros,
hozarán la tierra
y dejarán ramillos de flores en primavera.

Quien probó el agridulce
aguijón, lluvia, invierno,
la música de la tarde
espesa solicitud de la hora
envuelta en delicados tules
donde dolor y culpa se mezclan
con restos de una fiesta,
quien probó, digo,
frágiles cuerpos que no resisten
los embates que como salvajes olas
resquebrajan los nervios,
amor mío
menuda pequeñez a quien él tiempo vistió de
sonajas,
quien probó,
cadáver mío.

Tras el chapoteo del agua
y la niebla barriendo el campo...