De todos modos qué hermoso
reencontrar el latido de los versos,
De la espesura del viento,
mi propia brisa
el cauce por donde corrían mis anhelos
o se hacía pedazos mi alma,
vibrando los ecos
en las cuerdas de la memoria
mientras dentro, en la penumbra de la siesta,
el repentino calor del verano invitaba
a recoger en su pocillo de barro
la volátil y espléndida mixtura
que ronda las lindes de una emoción,
los ecos sordos de un olvido imposible,
el suave frescor del ventilador.
Y todo es como debe ser
anárquico devenir,
la sangre fluyendo
en el rastro de una melodía
que compusieron mis manos,
mi dolor, el resquebrajarse de una tormenta
en un valle salvaje y lejano
repleto de flores azules y altas hierbas brillantes.
El terciopelo de los versos
del cuerpo que rozan mis dedos
adormecido aquí o allá,
entre las piernas
en el suave límite que acarician
la penumbra y el viento,
un poema sobre la arena del desierto
sobre el fuego del atardecer
sobre las sombras que estampan en la noche
las oraciones de las ramas de los árboles,
la luz del alba con su hisopo
bendiciendo la estrecha cintura de la mañana
en la fragancia donde livianos
se alzan los primeros rumores
de la tierra que despierta.
Los versos, el grito de la tierra
a través de los intersticios de la masa volcánica
cierto ardor
donde duerme, alma transida,
la extraña plenitud en la que se sintetiza el instante.