Hoy te tuve frente a mí



Cadáver mío,
hoy te tuve frente a mí,
sí, hablamos como dos conocidos
que se encuentran en la parada del autobús.

Cadáver mío,
acaso no fueras tú
la chispa de tu mirada
envuelta en un revoltijo de voces de niños
como quien sale del fondo de un sueño.
Acaso no fueras tú, me digo,
aquella, la de desesperada mirada al borde del abismo,
la de los prolongados gemidos entre mis brazos,
la mentirosa compulsiva,
la ardorosa amante
que tantos desgarros fue dejando en mi alma
jubón en que tantas tardes ahogué mi dolor.

Cadáver mío, amor,
¿dónde habita hoy
aquel revuelo de campanas,
la angustia de perderte
el cerco de ese piar de pájaros
que acompañaba tu presencia?

Cadáver mío,
espejo en que mi alma se mira
mientras fuera el monótono rumor de la lluvia
la niebla,
imperturbable rueda de reiteraciones,
llenan el campo de confuso fragor,
presente y pasado pujando por encontrarse.
Yo sé que no eres trigo limpio
y acaso yo sea un pigmalión de baja estofa
que un día creyó que la verdad
sólo era patrimonio de su casa.
Inocente y distraído habitante
de un planeta oscuro
donde la luz es un milagro
solo asequible a los dioses.

Ciegos que caminamos
con el alma atada
esperando que la locura
venga a despabilar
con su tañir el alma.

Cadáver mío,
voces que salen de la niebla
susurros,
¿o acaso es el viento?,
¿qué esconde ese fresco
que el día esparce
entre las ramas desnudas de la mañana?