Otoño
Como
guedejas sueltas al aire
el oro de
las ramas
el rumor de
las hojas temblando en la alameda,
junto al
río,
un final de
tarde como de verano.
Otoño,
abrir los
ojos
y
regocijarse en el asombro,
el mundo se
ha hecho de nuez moscada y canela repentinamente,
de miel, de
fuego, del trigo en sazón,
y sin
embargo el sueño me puede,
dormito
frente a los álamos
dulce sueño
sin moscas
tras la
caminata al nacedero del Urederra,
hermoso
rincón de esta castigada tierra, España,
donde el
río azul turquesa,
joya
engastada en el oro del bosque,
se agita en
breves precipicios al alba,
canta, se
despereza en los remansos,
lujoso en
su transparencia glauca
de agua submarina,
en tanto el
caminante,
alma de
asombro y gozo,
atraviesa
este milagro al alba,
al alba al
alba
quiero que
no me abandones
amor mío al
alba, al alba al alba.
El alba
brota, tierra de gracia,
del
manantial del cielo,
sube a las
ramas, trepa los troncos,
hojas
tostadas,
sienas y
amarillos mostaza
surgen del
fondo de la noche,
vuelan, los
atrapo,
en la
cámara oscura de mi cazamariposas
quedan
vibrando
junto a la
emoción del viajero,
como en una
fiesta.
El sol tras
los párpados
y el
graznido de unos cuervos
y la brisa,
al sol,
después de comer
al final de
una ascensión al Txindoki
donde los
buitres volaban junto a las nubes.
En esto
consistió casi todo hoy,
después
comí unos langostinos
bebí un
cuartillo de vino
y ahora,
tras el café, me siento feliz
leyendo
versos de Wallace Stevens.
Gorbea se
llama esto,
un otoño
más en mi camino,
un gran prado
verde
escarpadas
rocas
y la
herrumbre de las hojas
que
engendra el otoño.
No hay
nubes
cantan los
pájaros
el lugar
está solitario
y
abandonado al silencio
hayas,
espinos, algún arce
los sauces
en la hondonada.