Mañana de viento



El Chorrillo, 4 de mayo de 2018


Mañana de viento

Y despertar
y abrir un resquicio en el sueño.
Ah, el viento entre las ramas de los árboles
donde las olas de la brisa agitan la mañana.
Y sentir el cálido del cuerpo
entre el silbido de los pájaros
y el azul de la mañana
con ladridos de perros en la lejanía
envueltos en el zureo de aburridas palomas.
Todo eso hay cuando me despierto trasnochado
la pereza acariciando los brazos y las caderas
los libros y el tigre de peluche
y el sujetalibros de cabeza de caballo de frontispicio de Partenón
sobre el encalado de la pared,
un cañaveral sobre mi cabeza
una viga color carbón.
Pero sobre todo el viento,
delgadas ráfagas que pasan las yemas de sus dedos
sobre la crecida cebada frente a mí cabaña,
y los ciruelos color vino Burdeos
a donde van a desayunar cada mañana los gorriones de la hiedra.
Y llega un repentino silencio y a poco el opaco bramido del aire,
sólo un poco,
en cuyo sopor canta un pájaro desde la rama de un olmo
o un hombre inclina su desolación
sobre una solitaria mesa de una habitación desnuda.
El hombre viste una camisa blanca
como el gitano de Goya del tres de mayo.
El hombre abriga su angustia sobre los brazos cruzados
en que se apoya su cabeza.
La silla es de mimbre
y en el cuadro la luz entra sin tiempo por una pequeña ventana.
No, el hombre no tiene sueño,
simplemente está recostado sobre su desdicha intentando calmarla.
Debajo del hombre hay un radiador pintado de amarillo
y a su izquierda tres hileras de libros, todos ellos de versos,
ocupan el frente enjalbegado de la pared;                   
versos para toda una vida de lectura y amor por las palabras.

El viento, como cantos de sirena, es dulce y melodioso,
a veces suena suave y blando como una nana,
semeja la tierna mano de un amante sobre la frente dormida de su amada.
Luego calla por unos instantes,
se arrebola entre los brazos de los árboles
y sale agitado inesperadamente como impelido por un susto
para poco más tarde volver dócil, infinitamente lento,
a rozar la arena dorada de la mañana.
De las ramas de la catalpa que se asoma a mi ventana
cuelgan restos de leguminosas secas
que se agitan sobre los rosales de hojas brillantes
preñados de capullos tempranos.



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