Mañana de viento


Y despertar

y abrir un resquicio en el sueño.

Ah, el viento entre las ramas de los árboles

donde las olas de la brisa agitan la mañana.

Y sentir el cálido del cuerpo

entre el silbido de los pájaros

y el azul de la mañana

con ladridos de perros en la lejanía

envueltos en el zureo de aburridas palomas.

Todo eso hay cuando me despierto trasnochado

la pereza acariciando los brazos y las caderas

los libros y el tigre de peluche

y el sujetalibros de cabeza de caballo de frontispicio de Partenón

sobre el encalado de la pared,

un cañaveral sobre mi cabeza

una viga color carbón.

Pero sobre todo el viento,

delgadas ráfagas que pasan las yemas de sus dedos

sobre la crecida cebada frente a mí cabaña,

y los ciruelos color vino Burdeos

a donde van a desayunar cada mañana los gorriones de la hiedra.

Y llega un repentino silencio y a poco el opaco bramido del aire,

sólo un poco,

en cuyo sopor canta un pájaro desde la rama de un olmo

o un hombre inclina su desolación

sobre una solitaria mesa de una habitación desnuda.

El hombre viste una camisa blanca

como el gitano de Goya del tres de mayo.

El hombre abriga su angustia sobre los brazos cruzados

en que se apoya su cabeza.

La silla es de mimbre

y en el cuadro la luz entra sin tiempo por una pequeña ventana.

No, el hombre no tiene sueño,

simplemente está recostado sobre su desdicha intentando calmarla.

Debajo del hombre hay un radiador pintado de amarillo

y a su izquierda tres hileras de libros, todos ellos de versos,

ocupan el frente enjalbegado de la pared;
versos para toda una vida de lectura y amor por las palabras.

El viento, como cantos de sirena, es dulce y melodioso,

a veces suena suave y blando como una nana,

semeja la tierna mano de un amante sobre la frente dormida de su amada.

Luego calla por unos instantes,

se arrebola entre los brazos de los árboles

y sale agitado inesperadamente como impelido por un susto

para poco más tarde volver dócil, infinitamente lento,

a rozar la arena dorada de la mañana.

De las ramas de la catalpa que se asoma a mi ventana

cuelgan restos de leguminosas secas

que se agitan sobre los rosales de hojas brillantes

preñados de capullos tempranos.